El otro día me llamó un viejo amigo que está a punto de comprar un nuevo negocio. Me preguntó si le podía ayudar a contar la historia del proyecto. Aunque esta conversación probablemente no entrará en ningún manual de ventas, soy feliz por encontrarme con un cliente que entienda tan bien qué le puedo aportar.

– Estoy muy ilusionado con el proyecto: esta empresa tiene una historia única que contar.
– Acabo de visitar la web y sí, parece un proyecto muy interesante.
– La web es demasiada seria, hay mucho más que contar.
– Siempre hay más.
– No quiero vender un producto, quiero vender una filosofía de vida.
– Como te decía; siempre hay más que contar. Y con lo entusiasmado que estás, sé que lo harás muy bien.
– No, yo no. Yo tengo labia, hablo por los codos. Te necesito para que des sentido al conjunto, para que trascienda y no se quede en una lista de anécdotas simpáticas. Sé que las historias no sólo se cuentan, primero tienen que construirse.
(En este punto, me seco una lágrima).
– ¡Qué bien que lo veas así! ¿Cuándo quieres que empecemos?